Tras la confirmación del INDEC el viernes pasado de una inflación de 2,3% para noviembre, el Gobierno arranca la semana capitalizando políticamente el dato. Es el registro más bajo de la gestión Milei y valida la tesis de que el ancla fiscal y cambiaria es efectiva para frenar la inercia de precios en bienes. En los despachos oficiales, se habla ya de una “inflación crucero” del 2% para los próximos meses, lo que permitiría planificar el 2026 con mayor previsibilidad.
Sin embargo, el análisis fino de los números muestra una dispersión de precios relativos que golpea a la clase media. Mientras Alimentos y Bebidas viajó al 1,8% (ayudando a los sectores más bajos), los Servicios (Salud, Comunicaciones, Vivienda) corrieron por encima del 4%. Esto explica por qué, a pesar del éxito estadístico, la sensación térmica de “costo de vida caro” persiste: los gastos fijos ineludibles se comen una porción cada vez mayor del salario.
Los economistas advierten que diciembre, estacionalmente alto, podría mostrar un leve repunte cercano al 2,8% o 3%, impulsado por turismo y fiestas. El desafío para el equipo económico será evitar que ese repunte se traslade a las expectativas de enero.
La estrategia oficial es clara: mantener el dólar quieto y las tasas positivas para que no haya excusas para remarcar. La batalla cultural por la desinflación está ganada en los titulares, pero la batalla por el poder adquisitivo real sigue en disputa.













